En el artículo Desconectar para conectar hablamos y reflexionamos sobre los nuestros “tengo que”, aquellas creencias y autoexigencias que nos acompañan en menor o mayor presencia en el día a día, a veces suponiendo una limitación y otras potenciándonos y activándonos.

¿Qué pasaría, pero si nos preguntáramos cómo nos hacen sentir? ¿Y qué impacto generan estas creencias en nosotros? Nos resultará difícil poder responder estas preguntas si previamente no ponemos intencionalidad, atención y responsabilidad al reconocer, identificar y denominar la serie de emociones que sentimos y al descubrir la vinculación y relación de las mismas con nuestras creencias.

Antes de continuar con la lectura del artículo, párate aquí y, de forma rápida y sin pensar en exceso, haz un listado de emociones. ¿Cuántas has escrito? Las puedes nombrar en voz alta.

Quizás, ahora que las estás volviendo a leer, observas como en tu listado has mencionado alguna de estas: tristeza, alegría, rabia, miedo, nervios, culpa, asco, vergüenza.

Siguiendo con este conjunto de preguntas que nos llevan a la autorreflexión, te invito a seguir preguntándote si conoces para que son útiles estas emociones, qué sentido tiene sentirlas y como las podemos gestionar. ¿Empezamos?

En primer lugar, nos centraremos en la tristeza. Esta emoción no siempre tiene espacio en la sociedad del consumo y líquida en que vivimos, donde de forma continua nos encontramos con inputs que nos impulsan a convivir desde la inmediatez, la exigencia y el consumismo. La virtud de la tristeza es la de poder parar, observarnos y reflexionar. La tristeza nos permite conectar y dar espacio a situaciones, relaciones, momentos, que tienen un fuerte efecto en nosotros, y poner en valor situaciones que nos aportan bienestar. En definitiva, nos permite escucharnos.

Solo si nos escuchamos en la tristeza podremos drenarla, y ¿como hacerlo? Con música, con movimiento, llorando, dibujando.

En segundo lugar, pondremos atención a la alegría. La intensidad de esta emoción es más alta que la tristeza, si la función de esta era pararnos y reflexionar, la alegría tiene la función contraria, nos hace sentir vitales, nos ayuda a conectar con los otros y a la vez nos ayuda a conectar con aquello que nos gusta hacer.

La alegría dispone de una buena consideración en el contexto sociocultural en el que vivimos, a la vez tenemos que tener presente que es interesante poder vivirla con equilibrio y dejando que esta no nos aleje o nos dificulte conectar con otras emociones que podemos considerar más desagradables.

En tercer lugar, si ponemos atención al miedo, observaremos como esta emoción dispone de nuevo una intensidad y energía que es parecida a la tristeza, ¿pero qué tiene de diferente?

Pues bien, si la alegría nos ayuda a conectarnos, el miedo tiene el efecto contrario, nos paraliza con la intencionalidad de protegernos, nos permite darnos cuenta si esta situación, conducta, espacio o entorno es seguro para nosotros.

Ahora bien, muchas veces sentimos miedo y no nos encontramos en situaciones de peligro, es aquí donde tenemos que atender al miedo y observar como esta emoción mayoritariamente acontece proyectiva, avanzándose a acontecimientos, realidades y expectativas futuras que puedan o no suceder. Para poder entonces gestionar estos picos de miedo, que a veces nos generan angustia, estrés, nos paralizan y nos sobre limitan, es importante que cada vez que sintamos miedo podamos verificar si este miedo es real y actual y después buscar entre nuestros recursos qué acciones podemos desarrollar para no quedarnos anclados en el miedo.

El miedo puede ser un buen motor de fuerza, siendo más cierto y real que es valiente no aquel que no siente miedo, sino aquel/la que a pesar de sentir miedo es capaz de continuar avanzando.

En cuarto lugar, si ponemos atención a la rabia, observamos como la intensidad de esta emoción es parecida a la de la alegría, es decir, de intensidad elevada y de duración corta.

Esta emoción nos ayuda a poner límites y a ser conscientes de aquello que deseamos y aquello que no queremos.

Para poder canalizar y gestionar la rabia es importante reconocer, en primer lugar, que la estamos sintiendo, poderla expresar (sin hacer daño a los otros y a un mismo/a) y si todavía necesitamos algo más podemos utilizar objetos que nos ayuden a drenarla.

Si, por el contrario, retenemos y sobre contenemos la rabia, dada su naturaleza y su intensidad energética, será contraproducente para nosotros a nivel corporal, emocional y racional.

Poniendo atención en el cuerpo, y centrándonos en como esta emoción se instaura en él, podemos observar algunos indicadores como la rigidez y tensión en la boca, las manos y los brazos para poder determinar qué nivel de rabia contenemos y que podemos hacer para expresarla.

Finalmente y para acabar nos gustaría preguntarte en cuál de estas cuatro emociones te sientes más indentificado/da o conectado/da en tu día a día. Ten en cuenta que no hay emociones positivas y negativas, si no emociones que nos aportan información y que nos permiten dar respuesta a nuestras necesidades.

Un artículo de:

Josep Montané.

Integrador social. Técnico del Programa Komtü  y miembro del equipo SEER.