Para educar a un niño, hace falta toda una tribu

Proverbio africano

 

Mucho se ha escrito sobre este tema, y, aun así, la participación de las familias en la vida escolar continúa siendo uno de los “caballos de batalla” de los entornos educativos.

¿Qué hacemos o qué dejamos de hacer para que las familias no acaben de percibirnos cómo algo inseparable en la vida de sus hijos e hijas? ¿Es que quizás no hablamos el mismo lenguaje? ¿O no les ofrecemos aquello que exactamente necesitan?

No es nuestra pretensión sacar aquí la clave, sería excesivamente pretencioso por nuestra parte, pero sí que podemos aportar algunas ideas, que seguramente las sabéis, pero a las que, probablemente, no prestamos suficiente atención.

La implicación de las familias en el proceso escolar de los niños

La herramienta principal con la que los docentes contamos es nuestra presencia, una PRESENCIA en mayúsculas, que, entre otras cosas, viene a decir que la relación se crea a partir de muchos momentos a menudo no planificados, en las entradas y salidas de la escuela, en las agendas, en las conversaciones informales… siempre que ponemos intencionalidad y conciencia.

Estos pequeños momentos pueden convertirse en semillas para una relación de calidad, confianza y de ayuda mutua, porque no lo olvidemos: los y las docentes también necesitamos, y mucho, de las familias para que nuestro trabajo dé los frutos que todos queremos.

Una sonrisa, un “me quedo unos minutos hablando”, una mirada franca, llamarles por el nombre de pila, un apretón de manos, una caricia en el pelo del niño ante sus padres… son solo pequeños ejemplos de cómo construir una relación de confianza sin casi ni darnos cuenta. De forma sutil les estamos diciendo “te veo, sé que estás aquí, tu hijo/a me importa”. Y este mensaje va calando…

Además, PRESENCIA también quiere decir una actitud determinada, consciente e intencional que facilitará, y mucho, que las familias nos perciban como unos aliados en la educación de sus hijos. Para ser más concretos, hablamos de:

  • Reconocimiento: reconocer que todas las familias buscan lo mejor para sus hijos, que tienen una preocupación genuina por su bienestar y valorar el esfuerzo que hacen en su educación, sin juicios. Me hago cargo de vuestra preocupación por las notas de Jaume, buscaremos una manera conjunta de ayudarlo a superar este momento.
  • Normalización: quiere decir que aquello que les preocupa entorno la crianza de sus hijos es normal, les pasa (y nos pasa) a todos los que somos padres. A veces nos hemos desenvuelto la mar de bien, otras veces nos sentimos “los peores padres del mundo”. Y no pasa nada, es normal y humano sentirse así, y no los juzgamos. Es normal que os sintáis sobrepasados cuando Laura tiene estos ataques de rabia, cualquier persona en vuestro lugar se sentiría igual, vayamos a ver cómo podemos ayudarla a calmarse.
  • Validación: validar la intención con la que la familia ha hecho algo para resolver las dificultades que tienen con los hijos. Quizás la acción no ha sido la más acertada, pero la intención que hay detrás seguro que sí que lo es. Podemos cuestionar la acción, pero nunca juzgamos la persona que hay detrás. Estoy segura de que detrás del castigo que le pusiste a Said había una buena intención, pensamos otras maneras de reaccionar la próxima vez que pase lo mismo.
  • Y para acabar, los pactos orientadores: no nos vamos de la entrevista, encuentro, reunión, sin un par de compromisos o “deberes” conjuntos, para llevar a cabo en casa y en la escuela. De este modo, las familias tienen la experiencia y la certeza de que la educación de su hijo/a es “cosa de todos”, y no se sienten juzgados. Durante este mes de febrero, tanto vosotros en casa como yo en la escuela, pondremos en práctica estas pautas que hemos consensuado y en marzo nos volvemos a encontrar para ver cómo han ido.

La importancia de ir todos a una

Seguro que ya os habéis dado cuenta de que la palabra “juicio” aparece en todas estas propuestas. Quizás sin darnos cuenta, sin malicia, sin ser conscientes, a veces hacemos sentir a las familias que “no están haciendo bien su trabajo de padres”, y el efecto inmediato que tiene es que estos “levantan murallas defensivas”. Cuando alguien se siente atacado, se defiende. Y además es legítima defensa.

Si nuestra actitud es de comprensión, de aceptación, y de trabajo común con el objetivo de que el bienestar del niño mejore, estas murallas se deshacen, y las familias nos percibirán como aliados, generando cada vez más una relación de mutua confianza y apoyo.

Al final, establecer una buena vinculación con las familias es un delicado trabajo de artesanía que requiere tiempo y dedicación, de ir dándole despacio la forma que queremos, de enmendar aquello que no funciona y valorar aquello que nos gusta y da resultados. Las estrategias y habilidades de comunicación no son algo que se estudie en profundidad en la Facultad, y, a menudo, para que las familias se animen, realizamos grandes actos, o pensamos actividades chulísimas, o trabajamos unos Canva de presentación del curso que son una auténtica maravilla.

Y esto está muy bien, pero no olvidemos que, simple y llanamente, la mejor herramienta para implicar a las familias somos nosotros mismas.

Un artículo de:

Irene de Luis.
Psicóloga y terapeuta familiar. Técnica del Programa Komtü.