Las asambleas de grupo se han convertido en una práctica pedagógica esencial en muchas escuelas de educación infantil y primaria. Este espacio, que a menudo en muchas escuelas se realiza a primera hora de la mañana y, de manera complementaria, a última hora de la jornada, ofrece mucho más que un rato para hablar. Es un momento clave para la relación, la cohesión del grupo, la expresión emocional, el desarrollo del lenguaje y la adquisición de valores democráticos y sociales.
Se trata de una buena práctica que merece la pena difundir y que, a lo largo de este artículo, queremos ejemplificar con algunas propuestas concretas que pueden animar a implementarla en las escuelas.
Un buen inicio de jornada: la asamblea de la mañana
Empezar el día con una asamblea de grupo permite a los niños prepararse emocionalmente y mentalmente para la jornada escolar. Es un espacio de encuentro relajado, donde cada niño tiene voz y puede sentirse escuchado y reconocido.
Habitualmente, la asamblea de la mañana incluye el saludo, la revisión del calendario, la previsión de las actividades del día y, a menudo, una conversación abierta sobre temas de interés personal o colectivo.
Ejemplo práctico:
En la clase de I4, cada mañana los niños se reúnen en círculo y pasan una pelota suave para saludarse (el llamado objeto de palabra). Cuando tienen la pelota, pueden decir “Buenos días” y expresar como se sienten: “Estoy contento porque hoy viene mi abuelo a recogerme”, “Estoy un poco triste porque me he hecho daño en el dedo”. Este pequeño ritual permite al maestro detectar los estados de ánimo y adaptar la jornada si hace falta.
Esta práctica crea rutina y seguridad, elementos fundamentales en las primeras etapas educativas. Además, fomenta habilidades socioemocionales como la autorregulación, la empatía, la conciencia emocional y la escucha activa. Los niños aprenden a respetar el turno de palabra, a expresarse con claridad y a tener en cuenta las opiniones de los otros, aunque sean diferentes de las propias.
La asamblea como herramienta para el desarrollo emocional
Una de las funciones más relevantes de las asambleas de grupo es el trabajo en competencias socioemocionales. A través de la palabra, el diálogo y la escucha, los niños pueden expresar como se sienten, compartir inquietudes o alegrías, y reconocer las emociones propias y ajenas. Esto refuerza la conciencia emocional y favorece un entorno empático y respetuoso.
Ejemplo práctico:
En el grupo de 3.º de primaria, un niño comenta en la asamblea: “Ayer me enfadé mucho porque no me dejaron jugar en el patio”. Esta expresión abre un pequeño espacio de debate donde otros niños explican situaciones similares y se propone, entre todos, buscar una solución para que nadie se quede fuera del juego.
El maestro recoge las aportaciones y, conjuntamente, se pactan nuevos acuerdos de convivencia. Cada niño expresa a que se compromete porque todo el mundo que quiera pueda participar en los juegos. Al cabo de unas semanas, en la asamblea se revisarán estos acuerdos para valorar si están funcionando o si hay que hacer ajustes.
Estos espacios permiten detectar posibles conflictos de manera preventiva y darles respuesta antes de que se agravien. Cuando un niño puede verbalizar una preocupación ante el grupo, se siente escuchado y validado, y a menudo recibe una respuesta colectiva de apoyo y comprensión.
La cohesión de grupo y la participación democrática
La asamblea promueve la participación activa de los niños en la vida del grupo, yendo más allá de la individualidad. A través de la toma de decisiones colectivas, como la organización de un juego, la resolución de un conflicto o la planificación de una salida, los niños experimentan qué significa ser parte de una comunidad. Aprenden a negociar, a ceder, a argumentar y a llegar a acuerdos. En definitiva, aprenden y practican vivir en comunidad, unos aprendizajes imprescindibles para la vida adulta.
Ejemplo práctico:
En 5.º de primaria, el grupo quiere decorar la clase por la fiesta de Sant Jordi y los juegos florales de la escuela. Durante la asamblea, cada niño propone una idea: hacer rosas con papel, escribir cuentos y diseñar cómics inventados, crear puntos de libro para regalar al grupo de pequeños que apadrinan… Se apuntan las propuestas a la pizarra y se hace una votación. Finalmente, se decide hacer un mural colectivo y un recital de poemas. Todo el mundo se siente implicado porque la decisión ha sido compartida.
Este proceso es fundamental para desarrollar competencias sociales y democráticas. El niño deja de ser un receptor pasivo de instrucciones y se convierte en protagonista de su aprendizaje y del funcionamiento del grupo. En definitiva, poco a poco toma parte activa de aquello que le afecta.
El cierre del día: reflexión y valoración
Del mismo modo es importando la asamblea de cierre, que a menudo se realiza a última hora del día. Este momento invita a mirar atrás y valorar cómo ha ido la jornada. ¿Qué ha gustado más? ¿Qué ha resultado más difícil? ¿Hay algo que queremos cambiar o mejorar mañana?
Ejemplo práctico:
En I5, antes de marchar hacia casa, el grupo se vuelve a reunir y cada niño puede decir una cosa que le ha gustado del día. Una niña dice: “¡Me he reído mucho en el rincón de disfraces!”, mientras que otro añade: “No me ha gustado cuando Marco me ha dado un empujón”. Estas aportaciones permiten al docente detectar momentos relevantes y también posibles tensiones a trabajar al día siguiente.
Este tipo de reflexión ayuda a los niños a desarrollar una mirada crítica y constructiva sobre sus propias acciones y experiencias. También refuerza la memoria, el pensamiento abstracto y la capacidad de poner palabras a vivencias personales.
Además, la asamblea de la tarde permite cerrar emocionalmente el día, recoger sentimientos y prepararse para la transición hacia el hogar. Es un momento de calma y de escucha mutua que a menudo deja una imprenta positiva en el estado de ánimo de los niños.
Una práctica que requiere intención y planificación
Para que las asambleas sean realmente significativas, hace falta que estén muy planificadas y que se desarrollen en un ambiente de respeto y escucha activa. El adulto que las acompaña tiene un papel fundamental como modelo de comunicación asertiva, de gestión emocional y de facilitador de la participación. Igualmente importante es creer firmemente en esta propuesta como un espacio educativo más, evitando caer en la realización de las asambleas y espacios de grupo como un trámite.
Ejemplo práctico:
En las asambleas, el o la maestra utiliza un “objeto de palabra” que se pasa de mano en mano. Solo habla quién tiene el objeto, y esto ayuda a regular los turnos y asegurar que todo el mundo tenga su espacio.
Si un niño no quiere hablar, no se obliga: se respeta su tiempo y ritmo. Es posible que a medida que se gane confianza y seguridad, todo el alumnado participe de las asambleas si así lo desea. El maestro habla en primer o último lugar, evita interrumpir cuando otra persona habla y en definitiva, hace de modelado al resto de alumnado.
No se trata solo de “hablar un rato”, sino de construir, día a día, un espacio de confianza donde cada voz cuenta y cada niño se siente parte del grupo, en un plan de igualdad y respeto.
Las asambleas de grupo, tanto al inicio como al final de la jornada, son mucho más que una herramienta organizativa: son un pilar educativo que contribuye al desarrollo emocional, social y comunicativo de los niños. Fomentan la convivencia, la responsabilidad colectiva y el pensamiento crítico desde las primeras etapas escolares. Por eso, hay que seguir reivindicándolas como un tiempo educativo de calidad, necesario y transformador.
Un artículo de:
Joan Ronzano (psicólogo y técnico del programa Komtü)

